Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100034
Legislatura: 1881-1882
Sesión: 8 de mayo de 1882
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 94, 1906 a 1910.
Tema: Proyecto de ley sobre ratificación del tratado de comercio con Francia.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): No he intervenido hasta ahora, Sres. Senadores, en este ya por todo extremo largo debate, con propósito deliberado. Deseaba apartar de las resoluciones del Congreso y del Senado la cuestión política, para que los Sres. Diputados, lo mismo que los Sres. Senadores, atentos sólo al bien del país, pudieran proceder en este asunto, más que inspirados en los deseos del Gobierno, en las determinaciones de su propia conciencia.

En cuestiones de esta índole es necesario que la opinión pública, por vosotros legítimamente representada, se manifieste tan libre, tan independiente, tan espontánea, que la suspicacia más delicada no pueda ver en vuestros acuerdos otros deseos que los deseos del país, y otros propósitos que los nobles y sagrados de procurar, por cuantos medios estén a vuestro alcance, el bienestar general y felicidad de la Patria. (Muy bien.)

De aquí, Sres. Senadores, la pequeña parte que el Gobierno ha procurado tomar en este asunto, y de aquí también el silencio que, a pesar mío, he guardado durante esta ya larga discusión. Pero el debate va a terminar, y mi silencio, que hasta ahora ha podido parecer necesaria previsión, de continuar, pudiera creerse obstinación injustificada y hasta falta de cortesía para con los oradores que en el otro, como en este Cuerpo Colegislador, han creído de su deber combatir el dictamen que se discute.

Rompo, pues, mi silencio, no tanto como resumen del debate, que como deferencia debida a los señores Senadores y a los Sres. Diputados que en él han intervenido; y voy a decir breves consideraciones, contando con la cariñosa benevolencia que siempre me ha dispensado, y que yo no sabré nunca agradecer bastante, el alto Cuerpo Colegislador.

Cuando se inició este asunto, al ver las proporciones gigantescas que se le atribuían, al ver los clamores que levantaba, al ver las terroríficas declaraciones que se hacían, yo no podía menos de preguntarme con asombro: ¿pero qué pasa? ¿qué hay en todo esto de nuevo, de raro, de extraordinario, de improviso, que tanto sobresalta y asusta tanto? Yo he tenido en mi larga carrera política muchas y muy graves sorpresas; pero tan grande como la que me ha producido el ruido, la alarma, la perturbación, los temores que contra este tratado se levantaron, declaro que no la he tenido nunca, porque jamás he visto nada menos razonable ni más injustificado.

No voy a contender, Sres. Senadores, con los que, llevados única y exclusivamente de la pasión de partido, han dado a estos debates un giro y un carácter poco conveniente a los intereses generales del país, y poco conforme al respeto y a la consideración que deben los hombres públicos que quieren pasar por hombres de Estado, ante todo y sobre todo a los Poderes públicos. De desear es que semejante ejemplo no tenga en los sucesivos imitadores; porque de tenerlos (y es de temer que los tenga, que el mal ejemplo es por desgracia como la mala semilla, arraiga y propaga pronto), de tenerlos, repito, Sres. Senadores, se vendría a establecer en esta desgraciada Patria el sistema de represalias, que haría imposible la gobernación del Estado.

Vengo, pues, única y exclusivamente a discutir con los que en realidad, aunque con error, creen lastimados sus intereses y quieren de buena fe defenderlos. Y tengo la pretensión, al discutir con ellos, de convencerles de que, dados los antecedentes y los compromisos de este asunto, no ha podido hacerse más, en beneficio de los intereses que defienden, que lo que ha hecho el Gobierno de S. M. El interés es tan suspicaz, tan egoísta y obstinado, que esteriliza la memoria y ofusca el entendimiento, y sólo por un olvido completo de los antecedentes, y solo por una falsa inteligencia de la cuestión, es como se ha podido meter ruido, es como se ha podido producir alarma tan poco razonable.

Con efecto, señores, yo no quiero decir nada de las modestas pretensiones que los proteccionistas tenían desde el año 1840 al 43; y hago uso de la palabra proteccionistas, porque de alguna manera me he de valer para distinguir a los que defienden unas ideas de los que defienden otras; porque yo, como hombre de estudio podré tener las ideas que me parezcan convenientes, pero como hombre de gobierno ni soy libre?cambista ni proteccionista: yo no quiero decir nada, repito, de las humildes, de las modestas pretensiones de los fabricantes del año 40 al 43, ellos se contentaban entonces como un plazo de quince años para venir, de los derechos llamados de protección, derechos entonces muy extraordinarios, a los derechos fiscales. ¡Quince años en 1843, y aun así, a muchos parecía largo y extraordinario este período! No quiero decir nada más.

Ahora vengo al año 1869, y el año 69 la libertad aparece en todas sus manifestaciones: libertad en lo político, libertad en lo científico, libertad en lo religioso, libertad en lo económico; y el libre?cambio apareció tan pujante, que se creyó el proteccionismo por aquel entonces vencido. La lucha del libre?cambio y la protección, después de muchos debates, de largas conferencias, de concesiones por una y otra parte, de gradaciones, de acuerdos y de desacuerdos, vino por fin a una especie de transacción que yo ya sé, señor Ferrer y Vidal, que no fue aceptada con gusto por los llamados proteccionistas, pero tampoco lo fue por los llamados libre?cambistas, porque transigir significa ceder, y ninguno cede por gusto, todos ceden por necesidad; pero es lo cierto que al fin y al cabo, después de muchos trabajos, de muchos apuros, todos, los unos por un motivo y los otros por otro, y unos y otros por hacer menos daño a la misma causa que defendían, vinieron a una transacción, que era la siguiente: desde aquel momento no había de haber ningún producto que al atravesar las fronteras pagara como derecho de introducción una cantidad mayor de 35 por 100 de [1906] su valor, y desde ahí iba en disminución por terceras partes hasta venir al 15 por 100, no como derecho protector, sino como derecho fiscal. Las etapas fueron tres: la primera tendría lugar a los seis años, y las dos siguientes cada tres años.

En este concepto, con este espíritu se hizo la ley de 1869, en una de cuyas bases están consignadas aquellas etapas; ley buena, ley mala, ley que no aplaudo no repruebo en este momento, ley que no discuto, pero ley que aceptaron y votaron las agrupaciones representadas en las Cortes de 1869, y allí estaban representados todos los partidos de España; ley que, buena o mala, como quiera el Sr. Silvela, se consideró entonces como un gran paso para un acuerdo que convenía y combinaba a todos los intereses del país. Según ella, en 1875 debía tener lugar la primera rebaja, es decir, debía plantearse el primer período de la base 5ª; pero llegó el año 1875, y se hizo una exposición al Gobierno pidiendo la suspensión de la aplicación del primer período de la base 5ª por motivos de guerra, teniendo razón los que reclamaban, porque al fin y al cabo la industria catalana, como todo el resto de la industria nacional, sufrían las calamidades de una guerra fratricida y terrible, y cuando la industria y los demás ramos de la riqueza están bajo el peso de una gran calamidad, claro está que no se pueden hacer reformas, ni buenas ni malas, porque en esas ocasiones no se puede pensar en reformas, sino solamente en hacer y acabar la guerra. El Gobierno de entonces, que no era del partido a que pertenece el actual, acordó acceder a la petición de este modo:?Atendiendo a razones de guerra, se suspende la aplicación de la base 5ª mientras la guerra dure, y cuando más hasta dos años después.? Esta fue la resolución de todos los centros que en ese expediente intervinieron, incluso el Consejo de Ministros, que era entonces el Consejo de Ministros del partido conservador. La guerra concluyó en 1876. Pues en 1878 debió haberse puesto en práctica la primera rebaja de la base 5ª, por acuerdo mismo de ese partido y de su Gobierno. ¿Por qué no se puso en ejecución ese primer período de la base 5ª? ¡Ah! por una cosa sencilla que comprenderán todos muy bien: porque en este país todavía de las anomalías, porque en España, por desgracia, cosa aplazada, cosa perdida; se dejó el cumplimiento de la base 5ª para el día siguiente, y lo dispuesto en ella no se cumplió.

En esta situación llegó el partido liberal al poder, aplazado el cumplimiento de la base 5ª, y rigiendo las relaciones comerciales de España con la vecina República el convenio provisional de 1877, que como se hizo por dos años y éstos habían trascurrido, resultó que el Gobierno se encontró con el convenio denunciado, y con que sólo estaba en vigor por aplazamientos y por prórrogas de seis en seis meses; pero llegó un momento en que dijo la Francia: no quiero conceder más prórrogas, y si no hacéis el tratado tal como estáis comprometidos a hacerlo por el mismo convenio de 1877, someteré al comercio español a la tarifa general. Y he aquí al Gobierno español con este dilema: o someter todos los productos naturales de nuestro país a las tarifas generales de Francia (que ya ellos habían confeccionado de tal manera que hacían imposible toda competencia con los productos similares de las Naciones con quienes trataba, e imposibilitar todo comercio con Francia), o hacer el tratado, a lo cual veníamos compelidos por el convenio de 1877, compromiso que nos creó el Gabinete conservador y su partido.

El Gobierno liberal, pues, se ha visto en la necesidad de hacer el tratado; pero al hacerlo, ¿ha procedido de una manera arbitraria, a su antojo, sin base, sin norma, sin nada, en fin, que le pudiera servir de límite? No. Al negociarlo se ha puesto un límite, y ese límite ha sido el primer período de la base 5ª, que debía estar planteado desde el año 75, y a lo sumo desde el año 78, dada la suspensión por motivos de la guerra a que accedió el Gobierno conservador. El tratado, en definitiva, se reduce ni más ni menos a lo siguiente: a haber dado a la Francia en cambio de ventajas y compensaciones para nuestra agricultura, lo que desde hace mucho y de antemano tenían las leyes concedido a Francia, como a todas las demás Naciones de Europa, incluso Inglaterra, sin compensaciones y sin ventaja alguna. Ese es, pues, el tratado con Francia. ¿Por qué entonces tanto ruido, tanta alarma y tantos temores? ¿Ha podido el Gobierno proceder en este asunto con más prudencia, con más miramiento, con mayor interés, con mayor cariño hacia la industria española? ¿No estaba el Gobierno español en su derecho restableciendo la ley y planteando la base 5ª, la base 5ª, que significa dar a todas las Naciones, inclusa la Inglaterra, gratuita y generosamente, lo que sólo hemos dado en parte a la Francia en cambio de ventajas y compensaciones que de ella hemos obtenido? ¿Pues no estaba el Gobierno español en su derecho poniendo en vigor la base 5ª, suspensa por la guerra y aceptada por el partido conservador? ¿Y no hubiera cumplido con su deber el partido liberal si hubiera restablecido esa base 5ª?

Pero se dice que es una iniquidad. Pues si es una iniquidad, es una iniquidad que no es nuestra, es una iniquidad que nosotros no hemos cometido, que la han cometido y sancionado los partidos que tuvieron su representación en 1869 y todos los que después se han venido sucediendo en el poder hasta la fecha. Y si en efecto hubiera sido una iniquidad la base 5ª, aun había que agradecerle al Gobierno liberal el que haya tratado de disminuir esa iniquidad; porque al fin y al cabo la base 5ª, consiste en dar generosa y gratuitamente ventajas a todas las Naciones, sin compensación ninguna, y por lo menos con el contrato con Francia nos hemos comprometido implícitamente a no dar esas ventajas a ninguna otra Nación que no nos dé iguales o superiores a las que nos ha dado la vecina República. En puridad, ¿por qué no hemos de decir las cosas con franqueza? El tratado con Francia, lejos de ser combatido por la industria española, ha debido ser por ella proclamado y apoyado, pues en definitiva lo que ha hecho es imposibilitar hasta cierto punto al menos en todo su desarrollo la aplicación de la base 5ª en el estado y en la forma en que la tenían los industriales, porque claro está que al darla en parte a la Francia con cambios y ventajas, no podíamos ni debíamos concederla a las demás Naciones sin cambios y ventajas iguales o superiores.

¿Pero qué va a ser de la base 5ª? se dice. Pues en esto el Sr. Ministro de Hacienda ha estado explícito, y yo voy a estarlo también. Pues la base 5ª, ya lo he dicho, da a la Francia ciertas ventajas y compensaciones que ella nos suministra a su vez, ventajas y compensaciones que no se las podíamos dar de balde a las demás Naciones.

¿Y la duración del tratado? ¿Y eso de que dure diez años? Pues declaro que los temores creía yo que podían venir de todas partes, menos de la industria española. [1907] ¿Dura diez años el tratado con Francia? ¿Pues no teníamos la base 5ª, monstruo que amenazaba constantemente devorar a la industria española, no tanto en su primer período como por sus rebajas sucesivas? Pues el tratado dura diez años; si no se puede denunciar en ese tiempo, claro está que estaremos los mismos diez años, por lo menos, en el primer período de la base 5ª. Pues hemos cortado las uñas y hemos arrancado los dientes a ese monstruo feroz que intentaba constantemente devorar a la industria española, y que ya no puede devorarla.

Porque en definitiva: que dura diez años el tratado; tanto mejor para la industria española; porque tal como están las cosas, tal como está el mundo (y créanme los industriales españoles, a quienes yo quiero de la misma manera que quiero a los demás productores del país, toda vez que todos contribuyen grandemente a la prosperidad de nuestra Patria), lo que les conviene es tiempo por delante; porque cada vez que hay que tocar esas cosas, ha de ser y será siempre para rebajar, nunca para subir, cualquiera que sea el Gobierno que venga aquí. Viene el Gobierno conservador; hay que hacer una reforma; tenedlo por seguro, ha de ser siempre para rebajar, nunca para subir. (Varios señores Senadores de la minoría conservadora: Según, según.) Si esa es la historia, ¿por qué no habéis de ser francos? Es necesario decir aquí la verdad; siempre, toda la vida habéis hecho lo mismo. ¿Por qué habéis de faltar ahora a esa ley, que es la ley del progreso, que es la ley de la necesidad?

De manera, Sres. Senadores, que el tratado, por la forma en que se ha hecho y hasta por su duración, lejos de ser un perjuicio para la industria española, es un beneficio, porque, dados los antecedentes y los compromisos, el Gobierno español, en lugar de recibir censuras de los industriales españoles, ha debido merecer plácemes y aplausos.

Pero se dice: es que aun así y todo, van a salir algunas industrias perjudicadas hasta el punto de morir, y como consecuencia triste y lamentable de esto, van a quedar en la miseria, mendigando el sustento por calles, plazas y caminos, multitud de obreros.

Pues yo declaro que si supiese que esos resultados iba a producir el tratado de comercio con Francia que es objeto de la deliberación del Senado; si quisiera tuviese duda acerca de eso, cien veces hubiera dejado el gobierno antes de consentirlo; y si hubiera tenido que firmarlo, antes de firmar me hubiese cortado la mano; porque yo, pequeña o grande, adelantada o atrasada la industria de mi país, no solo no quiero que se pierda, sino que deseo que prospere y florezca. ¿Pero es cierto que hayan de perecer algunas industrias y vayan multitud de obreros a mendigar el sustento por los caminos públicos, plazas y calles de las poblaciones? No; este tratado de comercio con Francia, que no es más que un paso prudente y progresivo en el camino de la libertad, lejos de traer perjuicios para la industria española, es, por el contrario, un despertador preciso, un estímulo necesario a su progreso y a su prosperidad.

Todas las reformas prudentes que se han hecho de cuarenta años a esta parte, o al menos en su mayoría, las han realizado los conservadores, y todas han sido siempre progresivas y no retrocediendo jamás; así como todas han sido objeto de las mismas críticas, han promovido los mismos disgustos, los mismos alborotos, han servido para hacer presagios tristes y han producido los augurios terroríficos de ruina y destrucción; y sin embargo, todas las reformas, sin excepción de una sola, han contribuido al progreso de aquello mismo que se creía que se iba a desmoronar, y todas han llevado mayores capitales a la fabricación y han aumentado los rendimientos de los contribuyentes, han mejorado la situación de ciertos obreros, y a todo, en fin, han dado más aliento y más vida. Está bien reciente, está bien reciente lo que ha sucedido con la última reforma, que es el convenio de 1877, convenio provisional que tuvo iguales impugnaciones, y que hoy aplauden mucho los mismos que lo combatieron tan duramente como combaten este tratado.

Pues este es un ejemplo bien palmario y una prueba bien reciente de lo que acabo de decir; porque ahora, ¿saben los Sres. Senadores lo que sienten los industriales españoles? Pues sienten que el convenio que se hizo por dos años no se hubiera hecho por diez. Para que no se dolieran de esto, es por lo que hemos hecho el tratado por diez años; porque a lo que siempre se han opuesto los industriales ha sido a reformar después de sancionada la reforma hecha.

Esta ley del progreso y de la industria, esta ley constante, que está en proporción de la marcha progresiva de la libertad, no ha tenido contradicción en España en ninguna época en que se han hecho todas las reformas, ni fuera de España, ni en país alguno.

En Bélgica, hace veintitantos años, el Gobierno quiso celebrar un tratado con Francia, y la industria belga se alarmó en tales términos, que al lado de los clamores y lamentos que exhalaban no son nada los que ahora se levantan aquí. Decían que aquel tratado amenazaba no sólo la ruina de la industria, sino que hasta era atentatorio a su independencia. Pues bien; el tratado, a pesar de eso, se llevó a cabo, y la industria belga, no sólo compitió brillantemente con la francesa, sino que la superó en muchos productos, y la superó, gracias a aquel tratado tan combatido y tan temible para la industria belga.

Más tarde, el Imperio francés, para mejorar aquella magnífica agricultura y aprovechar aquellos grandes elementos de que goza, quiso hacer un tratado con Inglaterra, y la industria francesa se creyó muerta; las quejas, iguales a las de la industria belga, llegaban hasta el cielo, las nubes se llenaban de sus amargos lamentos, y también creían en su ruina. El tratado se hizo sin embargo, la agricultura francesa adquirió proporciones colosales y mejoró de una manera inmensa; pero ¡cosa singular! la industria francesa siguió las mismas mejoras, los mismos adelantos, el mismo progreso, y obtuvo inmensos beneficios.

Pues qué, Sres. Senadores, ¿por qué hemos de temer que lo que ha pasado aquí siempre con las reformas que se han hecho prudentemente, no pase con éstas? ¿Por qué hemos de temer que no pase en España lo que ha pasado en todas partes? ¿Es que nuestra industria es una excepción en el mundo? ¿Es que los fabricantes españoles son peores que los extranjeros? ¿Es que los obreros extranjeros son más trabajadores, más inteligentes, más hábiles que nuestros obreros? ¡Ah! no, y mil veces no. Lo que hay es que, como he dicho antes, estas reformas progresivas, medidas y prudentes, en el camino de la libertad, son un acicate que obliga a perfeccionar la inteligencia y los instrumentos del trabajo, y a mejorar y a elaborar más y más barato, y eso naturalmente trae aumento en la demanda y en el consumo, y eso es, ni más ni menos, lo que hace el [1908] tratado. Pero admitamos, sin embargo, que algunas industrias sufren a consecuencia del tratado de comercio: y aquí vengo a tropezar con el argumento del ilustre Sr. Obispo de Barcelona, a quien yo quisiera contestar más extensamente, aunque me había de doler un poco tratar y combatir las teorías económico-teológicas que S.S. nos expuso la otra tarde.

Y aquí viene, repito, el argumento del Sr. Obispo de Barcelona: ?¿Y si sucede?? Pues para que no suceda, Sr. Obispo de Barcelona, se toman todas las precauciones necesarias, y se hacen cálculos, se estudian los antecedentes, y se ve si las consecuencias pueden ser iguales que las que produjeron en idénticas circunstancias antecedentes iguales, y conforme a eso se procede; porque de otra manera, Sr. Obispo de Barcelona, si este argumento de si sucede hubiera de servir para algo, estaríamos todavía en los tiempos primitivos, no habríamos adelantado ni un solo paso, ni uno solo, y la industria de Cataluña, que S.S. ha venido a defender tan elocuentemente, no tendría que agradecer mucho a las teorías y los argumentos de S.S., porque entonces no habría industria.

Es verdad también que eso sucedería aun con las ideas que S.S. expuso acerca de que Dios es el primer industrial, y Él me libre de no considerarle el primero en todas partes; no el primero, el único, porque Él está en todas partes, y donde Él está es único, único, solo porque nosotros criados por su sabiduría, a su imagen, semejanza, y aunque seamos su obra más perfecta, somos muy pequeños, muy pequeños, para compararnos con Él y ponernos a su lado. Si yo hubiera de seguir a S.S. en esas teoría, yo le diría que si los primeros seres criados por Dios, con ser el primer industrial, no hubieran faltado a sus preceptos, no tendríamos necesidad de industria. (Risas.) Por otra parte, S.S., después de exponer esas ideas en que yo no quiero insistir, condenaba el dinero, le llamaba vil, le llamaba miserable: pues, Sr. Obispo de Barcelona, el dinero es la primera palanca de la industria; sin dinero no hay vestidos. Tire S.S. el dinero al mar, por vil y por miserable, y entonces no tendría ese obrero que S.S. ha venido a defender, ni vestidos con que cubrir sus carnes, ni sustento con que alimentarse, y no solo carecerían de trabajo, sino que no podrían ni siquiera vivir. Su señoría ha hecho bien en defender intereses que cree lastimados; pero créame S.S., no se avienen bien las cuestiones de la economía política y las doctrinas del trabajo con ciertas ideas a que S.S. debe permanecer siempre sujeto y esclavo, por su elevada misión y por su cargo sagrado.

Pero supongamos, en efecto, que sucede que alguna industria sufre por el tratado de comercio, y no alguna, algunas. Pues el Gobierno español siempre tiene y se reserva el derecho, que ejercitará, de hacer todas aquellas cuestiones oportunas, una vez visto el perjuicio notorio que sufren industrias que deben subsistir aquí, cerca del Gobierno francés: y es más, tiene la esperanza de que sus reclamaciones serían atendidas, por la misma razón que el Gobierno español está dispuesto a atender las gestiones de todos los Gobiernos con que quienes trate, si de las consecuencias de los tratados resultan errores notorios y perjuicios para las respectivas industrias; porque es un error vulgar creer que los Gobiernos sólo tratan para engañarse los unos a los otros. No; los tratados son compensaciones, es la manera de equilibrar, de igualar, de armonizar las diferentes condiciones de los países que negocian, y por consiguiente, no van a engañarse los unos a los otros, no van a sacar el mayor partido posible a costa de aquellos países con quienes contratan.

¿Qué interés ha de tener un Gobierno en engañar a su vecino? ¿Es que una Nación se hace rica con la pobreza de las que la rodean? No, y mil veces no. Por consiguiente, el Gobierno español se reserva, como no podía menos de reservarse, el derecho necesario para hacer las gestiones oportunas, para que si se ve que hay perjuicios y que alguna industria puede perecer cuando debiera subsistir, denunciar el tratado en ese punto concreto. (El Sr. Marqués de Orovio: ¿Antes de ratificar?) Después de ratificar puede denunciarse, si de ello hay necesidad, entre Gobiernos que están en buenas relaciones. Pero además, yo le voy a dar al señor Obispo de Barcelona, que me pedía un consuelo, muchos, muchos consuelos que llevar a Barcelona. Primero: esto por el pronto ya es un consuelo; que sepa que no es unan cosa cerrada, que si en último resultado hubiera esos perjuicios tan grandes y esos peligros para alguna industria, hay siempre medios de remediarlos, y el Gobierno lo haría. Segundo consuelo que puede llevar a sus feligreses el Sr. Obispo de Barcelona y todos los demás representantes de la industria que son a la vez Senadores del Reino, a los cuales he oído con mucho gusto: anunciarles tratados con otras Naciones, de los cuales saquen notorias ventajas las industrias españolas; y yo puedo asegurar a esos Sres. Senadores que están en vías de conclusión muchos tratados con las Repúblicas americanas, abriendo a las industrias españolas un comercio mucho mayor, que le servirá de grandísima compensación, mucho mayor que el perjuicio que puede irrogar a la industria éste que discutimos. Tercer consuelo que pueden llevar esos señores a Cataluña: el de que si alguna vez se perjudica alguna industria, en cambio se la pueden proporcionar, y se procurará proporcionarla, los elementos, las materias primeras con más facilidad, las primeras materias de que pueda necesitar; se la pueden dar también carreteras que no tenga, abrir caminos, ponerla en contacto inmediato con comarcas a las cuales no pueden hoy llevar sus productos; y por último (que esto hacen los Gobiernos), si una industria que debe subsistir se la ve que desaparece, el Gobierno está en su deber de aliviarla de las cargas con que contribuya al levantamiento de las generales del Estado.

Ya ven los Sres. Senadores como, no un consuelo, sino muchos, puede tener el perjuicio, si infiere alguno el tratado de comercio; porque con buena inteligencia entre gobernantes y gobernados, todo se puede hacer, y con paz y cumpliendo las leyes nada es más fácil que atender al bienestar general sin lastimar ningún interés particular. La protección arancelaria, al menos en la exageración en que algunos la pretenden, no es seguramente la que hace progresar la industria, ni en este país ni en ninguno. Hay otra clase de protección más duradera, más permanente, más fija, más segura, y hasta más equitativa y justa: es la que debe crearse y fomentarse. Suponed, por ejemplo, la mayor de las protecciones a la industria española, aquella con la cual es imposible toda competencia. ¿Pues qué ganarían las siete u ocho provincias manufactureras que hay en España, con toda esa protección, si las demás están pobres y tristes y no pueden acudir a lo indispensable para satisfacer aquellas más perentorias necesidades? ¿Qué han de hacer las provincias manufactureras? ¡Ah! [1909] Sus chimeneas no vomitarían humo, ni sus máquinas meterían ruido, ni harían más que morir de inanición y de pobreza.

Suponed, por el contrario, que desaparece la protección, ya digo que con la exageración en que algunos la pretenden; pero en cambio, abrid canales, puertos, concluid la red de caminos vecinales y de hierro, haced muchas colonias agrícolas, proporcionad muchos mercados extranjeros a nuestros productos nacionales, y haced que los labradores, colonos y braceros encuentren al llegar a su casa cansados del trabajo, dos sábanas limpias en que envolver sus fatigados cuerpos, y una cortina que interrumpa la comunicación de sus modestas habitaciones, y una colcha con que adornar su cama, y unos manteles con que cubrir su mesa; y levantando así el bienestar general de todos los habitantes de España, la industria catalana y la industria española no tendrá fábricas, máquinas, ni dinero, ni hombres, ni instrumentos, ni brazos bastantes para dar abasto al consumo que en España misma se haría. (Muy bien, muy bien.) Porque al fin y al cabo, esas sábanas, y esa colcha, y esos manteles, y esos vestidos, modestos sí, pero higiénicos, por lo mismo que sirven para el frío y para el calor, de la industria española han de salir; que nuestros trabajadores, ni nuestros colonos, ni nuestros braceros han de ir a tierra extraña en demanda de telas para abrigar su cuerpo y para adornar su casa.

¡Ah!¡el amparo, el auxilio, la protección de los intereses industriales, no está, no, en el arancel! ¿Sabéis dónde está, Sres. Senadores? En el bienestar general, y sobre todo, en la paz: que más ganan los intereses industriales en épocas de paz que con las mejores disposiciones arancelarias, y más pierden en ocho días de alarma y de perturbación que con el peor de los tratados. (Muy bien, muy bien.) En la tranquilidad moral y material, en la confianza pública, en la esperanza respecto al provenir, en el bienestar general, ahí, ahí es donde se buscará siempre y se encontrará la riqueza y la prosperidad de la industria española. Por eso, Sres. Senadores, los mayores enemigos de la industria española son los que, ciegos por la pasión política, fiando sólo su triunfo al ruido, a la perturbación, al desasosiego, pretenden explotar las preocupaciones económicas, y asegurando y profetizando un día y otro día que las fábricas se van a cerrar y los obreros van a tener que mendigar su sustento por las plazas, les excitan a rebelarse contra las autoridades y contra las leyes; y creando antagonismos entre provincias de una Patria querida, y creando odios entre clases que no pueden vivir más que ayudándose mutuamente, intentan poner hoy a Cataluña en contra o enfrente de las demás provincias sus hermanas, y excitar a los obreros catalanes contra los que no son obreros y son sus compatriotas, como mañana excitarán a las demás provincias a arrastrarse contra Cataluña, y a los que no son obreros ni industriales contra los industriales y los obreros; porque lo que se quiere es el ruido, la perturbación, el caos, para ver si del caos salen triunfantes sus criminales propósitos, aunque al realizarse se hunda la industria de Cataluña. ¿Qué les importa a ellos la industria catalana, si asentarían su trono sobre los escombros y las ruinas de la industria de la España entera? (Bien, muy bien. Aplausos.)

Pero, Sres. Senadores, tengamos confianza; que Barcelona es un pueblo ilustrado, que Barcelona es un pueblo liberal, que Barcelona es un pueblo trabajador y no se dejará alucinar hasta el punto de convertirse en instrumento ciego de tan criminal intento, siendo hoy el juguete de los sectarios del fanatismo, y mañana el de los partidarios de la demagogia. No, y mil veces no. Cataluña defiende sus intereses con vigor, con tenacidad, con energía, y hacen bien si los creen lastimados; los defienden y los defenderán mientras estén en litigio; y mientras estén en litigio, Cataluña hablará, reclamará y se moverá, bullirá; pero cuando éste concluya y la ley hable, Cataluña callará, porque si como pueblo valeroso lo es para resistir el imperio de la fuerza, como pueblo ilustrado cede a la fuerza de la ley (Muy bien, muy bien.); que de otra suerte, ni sería como es un pueblo ilustrado, ni como es, sería un pueblo digno de la libertad.

Yo no quiero molestar más vuestra atención, señores Senadores; voy a concluir, porque la hora es avanzada y a mí me duele aumentar vuestras fatigas.

Señores Senadores, estad tranquilos respecto a lo que en Cataluña suceda; que los que quieren abusar de Cataluña, que los que son sus mayores enemigos, como de España, no conseguirán su objeto; porque aquí no se trata de catalanes, ni de aragoneses, ni de castellanos, ni de gallegos; aquí no se trata más que de españoles, igualmente todos interesados en la prosperidad y en la ventura de esta nuestra Patria; aquí no hay ni Cataluña, ni Aragón, ni Castilla, ni Galicia; no hay más que provincias españolas, pedazos igualmente queridos de esta nuestra querida tierra, miembros todos de una misma familia, que no buscan la felicidad ni la quieren más que por la felicidad de todos y cada uno de sus individuos. Procedamos, pues, Sres. Senadores, con calma, con prudencia, con patriotismo, sin apasionamiento y sin encono. Al dar vuestro voto, hacedlo con aquella templanza y aquella moderación digna de los legisladores de un gran país; porque lo que las Cortes votan y el Rey sanciona, eso es ley y a todos por igual obliga, eso es ley que todos por igual respetarán y cumplirán, si es que se quiere que este desgraciado país, saliendo del abatimiento en que sus miserias y sus desgracias le sumieran, pase de una vez algún día por un pueblo civilizado, merecedor de figurar entre los pueblos ilustrados del mundo, y digno de libertad. He dicho. (Bien, muy bien. Aplausos.)



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